Dedicado a mis supervivientes.
I.
No había necesidad de reloj. Sarida podía oír el tic-tac acelerado de las manillas en su cabeza. Solía pasarle cuando estaba en estado de alarma. Y ahora, se estaba quedando sin tiempo.
Sus pulmones se quejaban cada vez que los llenaba de aire. Esquirlas de hielo parecían entrar con cada respiración. Pero para cuando salía, su aliento se había convertido en una nube blanca que le dificultaba la visión en la noche. Con cada zancada, sudor cubría su espalda. Se enfriaba en cuestión de segundos y calaba hasta los huesos. Además, el viento soplaba violento con ganas de detener su avance. Cómo si algo más allá de la muerte pudiese detenerla. No podía parar. Si tropezaba, si se caía, ELLOS la atraparían.
Las calles estaban desiertas en la ciudad de Bengala. Aunque las ventanas de todas las casas tenían luz. Todas las chimeneas ardían. Los letreros en las tiendas ofrecían productos de oferta. Sin embargo, ninguna puerta se abriría si llamaba. Nadie iba a rescatarla, a ayudarla, ni siquiera a compadecerse de ella. El mundo se había vuelto tan frío por dentro como por fuera. Por supuesto, incluso si pudiera, no aceptaría ninguna ayuda allí. Todos estaban condenados.
Todo el mundo moriría aquella noche; incluso ella si no se daba prisa.
Torció a la izquierda bajo el letrero de neón de un hostal que llevaba años sin aceptar clientes. Resbaló sobre un charco congelado y chocó contra una pared, antes de seguir corriendo. Tomó la tercera calle a la derecha.
Entonces escuchó el grito. Sarida no pudo evitar darse la vuelta. Sabía lo que significaba aquel sonido. Sabía que no debía detenerse. Pero era tan difícil alejarse del horror sin mirarlo al menos una vez a la cara.
Había dos de ELLOS al final de la calle. Eran dos figuras negras de sustancia vaporosa. No, esa no era la descripción correcta. Aquellas criaturas vípidas no estaban hechas de humo, más bien de algún líquido en constante movimiento. Eran como petróleo callendo sobre una forma semihumana. Sin empargo, en las extremidades sus extraños tentáculos parecían evaporarse al tocar el aire frío. No tenían ojos, ni boca, ni rostro y aun así miraban y deboraban todo a su paso. A ella incluida. Y aun así, no iban a por ella. Porque allí había una niña.